nocer la psicología de otra para defenderla o juzgarla ante la ley? Y, en el caso contrario, ni por un momento he pensado en que las porteras son las más indicadas para detener a un ladrón, como van a tener que hacer ahora con las nuevas atribuciones que les han sido conferidas. Mas una vez hecha esta salve- dad de que no vengo como Lysis- trata a sublevar a las mujeres con- tra el hombre, os digo francamen- te que podéis, señores radioaficio- nados, retiraros tranquilos y ceder el auricular a las féminas que os rodean, pues lo que voy a decir sólo para ellas es interesante. ¿Estamos ya solas? Pues «a nous deux». Os decía antes, amigas, que la mujer es un ser diferente de los hombres. Y os lo voy a demos- trar. ¿Hay acaso entre vosotras, una sola, que hubiera puesto en manos del hombre, su rival, el arma con que ha de ser atacada? Pues eso es lo que acaban de ha- cer los hombres al cederos el auri- cular. Porque la Radiotelefonía es el arma con la que la mujer, es- | pecialmente la española, conquis- tará su libertad. Con la Radiotelefonía se acabó el aislamiento espiritual en que venía viviendo, hasta ahora, la mujer española. Aunque los prejuicios milena- rios continúen privándonos de re- cibir una educación amplia y só- lida, por impedirnos asistir a los centros culturales; aunque las costumbres absurdas sigan apar- tándonos de la vida activa, confi- nándonos al hogar, convertido así en cárcel; aunque las leyes injus- tas nos obliguen a ocupar un lu- gar secundario en el mundo cons- ciente, las ondas redentoras, por- tadoras del alimento espiritual, llegarán de hoy en adelante hasta nosotras, trayendo unas veces las palabras del sabio que iluminen nuestra inteligencia, los acordes del virtuoso que eleven nuestra alma a los trinos del divo que ha- gan vibrar nuestro corazón. Y así, por medio del invento maravilloso, se operará el mila- gro de nuestra transformación. Convirtiéndose de este modo ese ser incompleto, «todo corazón»,
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que es la mujer española, en otro infinitamente superior: en un ser completo, es decir, dotado además de cerebro y de espíritu. Y este milagro se operará sin lucha, porque el hombre habrá de comprender que de ese modo, em- prendiendo su conquista completa, la mujer labora a la felicidad de ambos. Porque esa conquista del hombre no debe cifrarse única- mente al corazón; el corazón hu- mano es veleidoso. Es menester conquistar también su alma, que esta es la conquista duradera y completa. Y el alma sólo se con- quista con otra alma, y para tener tal alma conquistadora hay que poseer cultura y espíritu. Eduquémonos, pues, mujeres españolas. Hoy nos es fácil. So- las en nuestras casas, aunque és- tas se hallen en los rincones más apartados de España, gracias al invento maravilloso que ahora me proporciona el grato placer de acercarme a vosotras para anima- ros a libertar vuestros espíritus de las tinieblas que les aprisionan, podremos operar el milagro de nuestra renovación.» |